España está amenazada por el rápido éxodo rural. Los habitantes restantes luchan contra la muerte de sus aldeas, mientras el gobierno trabaja en un plan de emergencia.
Von Hans-Christian Rößler
CIFUENTES/LUZAGA, 4 de enero 2019
El gato brinda una mirada tímida. Luego, la mujer desaparece tras la casa con las persianas bajadas. Al entrar en Ruguilla, no hay que preocuparse del tráfico- en realidad, sólo hay un coche en las calles. Y silencio. Acompañando los silbidos del viento, los pájaros pían sobre un desnudo árbol invernal. Al lado, una barrendera luciendo un chaleco amarillo reflector barre las últimas hojas. "Somos ocho", dice la mujer, y repasa otra vez, por precaución, con los dedos de ambas manos. Al principio, cree que había diez personas en esta aldea de la provincia de Guadalajara. Luego, recuerda que un vecino ha muerto y que otra mujer se ha ido al hogar de ancianos. La barrendera de todos modos quiere quedarse en el pueblo. "La vida es buena", dice la mujer cuyo único trabajo es este de Ruguilla - un alivio temporal.
Hay cientos de estos pueblos en la provincia de Guadalajara, al norte de Madrid. El pueblo de casas hechas de piedras toscamente labradas y una fuente burbujeante en la plaza frente a la iglesia, se encuentra en la "Laponia de España". El nombre no tiene nada que ver con las bajas temperaturas que asolan la meseta en invierno. En esta "España vacía", como algunos la llaman también, el número de personas en casa igual al de la tremendamente inhóspita Laponia, en el norte de Europa. Con más de 65 000 kilómetros cuadrados, esta región dobla en área a la de Bélgica o Cataluña. Sin embargo, tiene sólo unos 460 000 habitantes. Son menos de siete habitantes por kilómetro cuadrado. Lo que los expertos denominan "desierto demográfico". Esta situación se viene dando en los últimos años y se está extendiendo cada vez más. Por ejemplo, en la vasta extensión a los dos lados de la frontera entre España y Portugal. Ambos gobiernos están trabajando en un plan de emergencia ibérico contra la despoblación. En el Parlamento español, se ha reunido un “Comité para el desafío demográfico" , sin resultados hasta ahora.
Mercedes de la Rocha sube la empinada calleja pavimentada, desde su huerto. Lleva una bolsa con peras. Es una vieja variedad que se cultiva en pocas partes más. Ayudada por dos cayados, casi todos los días hace el recorrido de un kilómetro hasta el huerto. Nació en Ruguilla hace 96 años. Sus cuatro hermanos ya no viven, sus hijos y nietos se han trasladado a la ciudad. En su pueblo no hay tienda, ni bar, ni pastor ni médico. Eso no les molesta: "tengo una casa grande. Tengo que cuidar de los gatos y las flores.” No tiene miedo, incluso si en diciembre las noches son largas. "Soy la más fuerte de mi familia y soy cristiana. El Señor cuida bien de mí ", dice Mercedes de la Rocha.
Otros residentes tienen menos confianza en Dios que la mujer. Porque en el invierno, se acumulan los robos en las aldeas desiertas. En un pueblo vecino, manifestaron casi 2000 personas en un fin de semana de Adviento para reclamar protección de la Guardia Civil: ¡"Ni un robo más! ¡Defiende tu casa, defiende tu pueblo! ", gritaban. Los ladrones vienen en invierno, cuando hay más casas vacías. Entonces pueden robar tranquilos. Los ciudadanos, preocupados, han alertado a la policía cuando un vehículo no identificado ha pasado varias veces por el pueblo. En este caso, lo que ocurrió es que en este yermo paraje, donde Internet tiene grandes lagunas, el conductor perdió se había perdido. Mercedes de la Rocha y la barrendera de Ruguilla nunca tuvieron su propio coche, al igual que muchos otros en los pueblos. Durante la semana, llegan al pueblo un panadero ambulante, que trae también productos de primera necesidad. Cada dos semanas, un médico tiene sus horas de oficina. De lo contrario, los aldeanos tienen que esperar al autobús que les lleva tres veces por semana al pueblo vecino de Cifuentes.
El área es rocosa pero fértil. Rebaños de ovejas pastan en las praderas. Crece la lavanda y los apicultores están orgullosos de sus muchas variedades de miel. Antes, los agricultores y pastores vivían bien. "Hoy, la mayor fuente de empleo proviene de las residencias de ancianos y de la planta de energía nuclear que hay en las cercanías", dice Natalia Díaz. Las torres de enfriamiento de la central nuclear se divisan desde lejos. La planta debe cerrarse dentro de diez años, pero Natalia Díaz no abandona su nuevo hogar. Desde Madrid se trasladó a Henche, un pueblito poco mayor que Ruguilla. Anteriormente, había vivido en el Medio Oriente y América.
Esta cineasta es Secretaria general de la "Asociación para el desarrollo de la Serranía Celtibérica" (En Guadalajara). En la asociación hay ciudadanos de las once provincias que han unido sus fuerzas, y que pertenecen a la "Laponia del Sur". " Francisco Burillo, catedrático de la Universidad de Zaragoza, ha documentado el éxodo junto con su hija y levantado la voz de alarma. Fue este historiador quien dio nombre (a la asociación), que evoca a los belicosos celtíberos. Sus tribus se asentaron en el noreste de España, hasta que los romanos los sometieron en el segundo siglo antes de Cristo.
La Asociación quiere fortalecer la identidad de los españoles afectados por la despoblación, darles fuerza y despertar su espíritu de lucha política.
"A primera vista, estamos en una situación deprimente. Incluso los chinos han cerrado sus tiendas en Cifuentes ', dice Natalia Díaz, tomando un café bajo los soportales de la Plaza Mayor. Antiguamente, había mucha vida en este pequeño pueblo de la región, y por aquí pasaban los peregrinos en su ruta hacia Santiago. Cifuentes tenía tres conventos (son cuatro) y un castillo. Hoy, a estas horas de la mañana, sólo hay un bar abierto en la plaza y la mitad de los locales públicos del pueblo ha cerrado hace tiempo. "La gente de esta comarca no ha aprendido a defender sus propios derechos. Y a los agricultores se les considera estúpidos y perdedores. Debemos hacer algo contra este fatalismo ", dice la activista.
En España, para esto, se necesita un pequeño cambio de mentalidad. En Alemania, Francia y Gran Bretaña, muchos están hartos de las ruidosas ciudades. Dan prioridad a marcharse fuera a trabajar; la vida en el campo se ha popularizado. En España, en el pasado, los pobladores del campo no tuvieron otra opción. Había que buscar trabajo en Madrid, Barcelona o irse al extranjero. Una situación que arrastró a muchísimas personas. Y tuvo sus consecuencias con una población activa de médicos, maestros y policías que se marcharon también, porque ya no eran necesarios. Sólo quedan los viejos. "Es como una enfermedad mortal. Poco a poco desaparecen los pueblos. Si tienes que conducir una hora hasta la escuela más cercana, o ir al hospital de noche, o te eternizas descargando una actualización de Windows, ya nadie regresar ", dice Natalia Díaz.